Allí dónde suenan las hojas y crujen los troncos,
me senté y noté que era parte de eso, como si sintiera el abrazo que da el viento a ese árbol viejo.
Brindé con mí café frente al cedro, el que me amó más que nadie en ese momento.
Me perdí para dejar que solo eso me envolviera, y apagué la calle, el vehículo y al mesero que pasaba.
Fui por un instante algo más grande, para luego volver con el último sorbo, ya frío,
que me decía… hasta aquí llegó el viaje mi pequeña, la taza está vacía, pero fue eterno el bosque contigo.
Gabriela Torres M.

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