A veces cuando escribo soy la niña de 8 años
que miraba desde el techo de la casa de su abuela,
haciéndose preguntas sobre su existencia,
su rol como ser humano y el por qué estaba allí,
parada en un tiempo y espacio tan aparentemente ordenado y perfecto.
¿Cómo en un universo tan grande todo pudo ordenarse para que yo respirara
y continuara pegada al suelo bajo las estrellas? Me preguntaba…
Es así como lo veo aún, más allá de un grado académico,
o de las experiencias profesionales o personales de adulta,
me siento igual o más como aquella niña y desde allí a veces escribo,
como si aún viera la calle desde el techo de aquella casa de mis abuelos,
desde arriba, observando más allá de lo tangible lo simple
y lo más lógico desde la inocencia,
para dejarlo luego en palabras,
frases sencillas, sin pretensiones, solo mías,
sin fórmulas intelectuales, sino nacidas por la identidad en la que necesito verme
mas allá de lo que pasa rápido.
Tal vez luego de releer la experiencia y que las palabras vuelven a equilibrar la balanza,
me voy al origen, hacia lo que llamo paz, amor y calma.
Solo es eso tal vez, el por qué de mis tres o más palabras.
Quien sabe.

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